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INGMAR BERGMAN.

Performatividad en su obra.

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"Y en realidad no es al núcleo a lo que me refiero sino a ese nervio vital móvil, sensible, palpitante, a la membrana que tiembla debajo de toda esta superficie deteriorada y erosionada. Tengo que encontrar una guía directa entre ese punto íntimo y la sensación e la parte receptora."

El núcleo de la Compañía Inyirum, más allá de cada manifestación formal, se nutre de  esa corriente electrica y performativa que recorre el cine de Ingmar Bergman.

 

Su cine y escritos nos ha marcado tanto desde la niñez que ahora lo vivimos de una forma inconsciente, como otro tipo de huellas más privadas que se quedan grabadas para siempre.

 

Desde esa profundidad, para nosotros, Bergman es más que el mejor guionista del mundo, y uno de los grandes escritores de la historia. Es más que un espectacular creador de imágenes y cineasta. Su obra se introduce de forma inconsciente e inmediata en cada ser que se acerca a ella. Y desde allí, nuestra realidad se transforma.

 

August Strindberg “Cualquier cosa puede pasar. Todo es posible y probable. El tiempo y el espacio no existen. Sobre la frágil base de la realidad, la imaginación teje su tela y diseña nuevas formas, nuevos destinos”.

 

"La mitología como experiencia es arte" nos cuenta Joseph Campbell en su monumental obra Las máscaras de Dios(1959). De ese modo, las imágenes de su cine nos conducen, sin pasar por la razón (aunque eso en Bergman parezca imposible), directamente, al mundo del Mito y de la Magia. El aquí y el ahora unido a su Teoría, a su Ser, nos hace percibir los planos de forma inmediata e inconsciente, física y sensorialmente, dirigiéndose directamente a esos mecanismos innatos de liberación que hablaba Joseph Campbell para explicar el poder del rito desde los tiempos primitivos, a esos arquetipos del inconsciente colectivo que nos descubría Jung para explicar lo inexplicable.

 

En Pasión, por poner un ejemplo, el aislamiento de la isla, la carrera desesperada de Max Von Sydow al final de la obra, el pañuelo en la boca del hombre que se ha suicidado, el grito de sus personajes, los animales muertos o las piedras colgadas de un trozo de madera movidas por el viento, está a la altura de los ritos de cualquier religión, de cualquier tiempo.

 

En Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972), Ingrid Thulin se raja su vagina y restriega la sangre sobre sus dientes y boca mirando a su salaz y ahora asustado marido como una diosa-madre de vagina dentada. Los ritos de muerte, maternidad, reconocimiento y eternidad en esa esfera de pureza madre-criada/hija, aparecen contrapuestos al paso del tiempo y a la desaparición de cualquier atisbo de humanidad tras la máscara del personaje, a lo largo de la película de una forma tan violenta, coherente y radical que convierte a esta en uno de los ejercicios de mayor fisicidad de la historia del cine.

 

En El silencio (Tystnaden, 1963), el niño secado por la madre nos transporta directamente a esas imágenes secretas y perfectas del mito de la infancia. En Fanny y Alexander (toda la película no es más que el mejor acercamiento al Mito y a la Magia de la historia del Arte), el niño abandonado, arriba, acurrucado en la soledad del desván, y el encuentro posterior con su madre, nos produce una identificación profunda, innata e inconsciente, con el cuento, y más profundamente, con los mitos primitivos de la madre y el renacimiento que se pierden en el tiempo.

 

Los ejemplos son infinitos y esa infinidad es Persona.

 

El espectador, ante una obra de Bergman, siente, llora, se aterroriza, grita, busca, se pierde, trasciende y se transforma desde sus sentidos más profundos, más allá, de la razón y de la imagen. Comulga con el sacrificio de entrega que realiza el autor, lo siente como suyo, tanto como espectador, como ser perteneciente a una especie. Y desde allí, tanto desde su yo, como desde el colectivo, su emoción es profunda, casi mística.

 

Esa performatividad de Bergman, más allá de cualquier narración, nos acerca, nos devora y nos vuelve a crear en su ser, en el Ser. Y el sentimiento de esa pertenencia comunitaria es tan intenso que nos fascina y arrebata. Eso nos lleva a creer, aunque parezca un contrasentido, que la estructura performativa de nuestra obra, sin apenas ayuda de texto, coreografía o música, nos permite acercarnos más profundamente a la obra de Ingmar Bergman que otros formatos aparentemente más cercanos, como el cine o el teatro, que si se convierten en una mera imitación formal o textual del maestro, están condenados al fracaso.

 

La obra completa de Bergman, como buen performer, es un sacrificio del Ser, que se entrega de forma honrada, coherente y visceral a todos nosotros. La transformación del espectador, en el aquí y ahora, al comulgar con una de sus obras, es inconsciente e inmediata.

 

Por eso, muchas películas de Bergman se ven como auténticos sueños que nos llevan a ese otro lugar, mágico, trascendente, lejano, que ha buscado la humanidad desde incluso antes de serla y que de vez en cuando, (muchas veces gracias al arte, otras, a un ser humano en particular), habitamos. Bergman, como Gran Sacerdote.

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